Aunque el mayor tenga compañía, sigue estando en el mismo entorno sin interacción con otras personas de su edad, lo que puede generar soledad y aburrimiento.
Si la cuidadora falta por enfermedad o descanso, el mayor queda desatendido o la familia debe resolver la situación a contrarreloj, buscando una solución urgente que casi nunca es la ideal.
La confianza lleva tiempo, pero a veces no lo hay y tiene que entrar en casa alguien desconocido, esto genera incertidumbre e inquietud. En un entorno profesional y estructurado, la tranquilidad es absoluta.
Un servicio de cuidado en casa por horas o interno puede ser muy caro, hay que contar con la Seguridad Social, relevos, sustitucionees, etc.
Una cuidadora puede atender necesidades básicas, pero no ofrece una estructura de bienestar integral con actividades, seguridad y atención médica especializada.
Aunque la cuidadora ayude, la gestión sigue recayendo en la familia (contratación, pagos, reemplazos, supervisión).
En casa, el mayor tiene pocas oportunidades de realizar actividades que le mantengan activo mental y físicamente.
Su hogar es su refugio, pero con una persona extraña presente todo el día, puede dejar de sentirse así. En un entorno diseñado para mayores independientes, la privacidad y la libertad se mantienen intactas.
Si la movilidad se reduce, la vivienda donde ha vivido siempre puede necesitar reformas (rampas, baño adaptado, ascensor), lo que supone un coste muy elevado.